Vivimos una crisis
que no tiene un solo rostro. Los problemas que tenemos no se constriñen a una
crisis de seguridad. La coyuntura presenta varias aristas, con visajes de
diferente matiz que toman cuerpo en cada una de nuestras dificultades mayores.
Hablemos de la crisis de seguridad, de la crisis hídrica y la que se relaciona
con nuestro medio ambiente, solo por hacer referencia a los problemas que
asoman cabeza y cuerpo sin ningún rubor a los ojos de todos. Y el gran reto que
enfrentamos ahora es que hay que atenderlos a todos. No podemos distraernos del
cuidado de ninguno, lo que nos obliga a valorar la magnitud de cada uno de los
problemas gigantes que tenemos y administrar nuestras fuerza e inteligencia
para resolverlos.
En los últimos
cinco meses y medio la crisis de seguridad que sufrimos nos obliga a reclamar
una acción más contundente del Estado para que regrese a la normalidad la
situación penosa que hoy invade los espacios públicos, los negocios y ha
penetrado en no pocos hogares ajenos a las causas que generan violencia; sin
olvidar que alcanza a familias que van en autos o que caminan por la calle para
cumplir alguna tarea. Pero entre las lecciones aprendidas a golpe de perder
vidas, de ver a numerosas familias que la violencia empuja hacia el
desplazamiento y de lamentar la desaparición de muchos ciudadanos, está la de
valorar la dimensión del problema violento y de localizar límites en las
posibilidades de la autoridad para resolver la ola violenta.
Y entre las
lecciones por aprender está la de concluir en que la solución de la crisis de
seguridad no puede alcanzarse sin la participación de la sociedad. Partamos
definiendo que el problema de seguridad no es otro obstáculo más, sino uno de
gran magnitud y que reclama el concurso de la autoridad y de la sociedad. La
historia prueba que los grandes problemas significan retos de mayor calado y
que el pueblo ha estado a la hora decisiva jugando el papel de arco y
flecha, como dijera el poeta Juan Eulogio Guerra. El Estado tiene la
obligación Constitucional de garantizar la seguridad para la sociedad a la que
pertenece y se debe, pero la crisis que ahora vivimos, ni es pequeña ni es
sencilla ni se resolverá en breve tiempo. La solución de la crisis demanda el
concurso de la sociedad, pues en materia de reservas morales y políticas la
fuente inagotable está en el pueblo.
Hay un segundo
renglón crítico que exige una atención muy cercana y donde hay que hilar muy
fino: la crisis hídrica. Las presas de Sinaloa presentan un nivel crítico y
ponen en duda que podamos salvar con decoro la presente temporada de estiaje.
Los vasos de las presas se agotan, mientras las cuencas que los alimentan
tienen sed, no cuentan con recursos del vital líquido, están deterioradas por
el abandono y descuido de años. Dos temporadas se acumulan sin las
precipitaciones mínimas necesarias, además de una tendencia descendente en
lluvias desde hace dos décadas. Se ha buscado reproducir la Operación Popeye
para ordeñar las nubes lecheras y el resultado fue nulo.
Administrar de
manera sabia el escaso recurso hídrico que tenemos es obligado, mientras
buscamos dar vida sustentable a nuestras cuencas y cambiar radicalmente nuestro
comportamiento ante la naturaleza. Seguir concesionando minas y darle ventolera
a las inversiones que amenazan el tilinque equilibrio ecológico es
simplemente hipotecar el futuro de nuestros hijos y nietos. Y no tenemos
derecho a ello.
Si la siembra de nubes
no ha dado resultados, dudamos que la danza maya Chaa Chaak, la danza mexica Quiahuitl
y la danza de Los Sanjuaneros de la región mayo de Sonora, puedan convocar de
manera exitosa a Tlaloc y a Coltzin para que las lluvias no nos vean con ojos insanos
y hagan florecer nuestras tierras y la vida de todas las especies, incluida la
nuestra. Y que al abrir el vientre del cielo no se llegue a las culebras de
agua bíblicas, porque tanto dañan las sequías como las aguas diluviales. La
crisis hídrica de nuestro tiempo no se debe al castigo de los dioses prehispánicos
por ausencia de sacrificios en su honor, se explica mejor si atendemos a
nuestro mal comportamiento frente a la naturaleza. Creímos poder dominarla sin
priorizar la armonía que debemos sostener con la madre tierra.
No es malo que
aspiremos a un desarrollo pleno de la economía y de la sociedad, pero sí lo es
que esta aspiración no vaya acompañada de un cambio de parámetros. El
desarrollo no puede confundirse con crecimiento económico, pues el desarrollo incluye
alcanzar niveles más elevados en los terrenos de salud, educación, cultura, seguridad
y armonía con el medio ambiente. Hasta hoy el modelo económico busca
desesperadamente crecer a un 3 por ciento en su PIB para poder funcionar
medianamente. Cada día se vuelve más complicado alcanzarlo, agravando esa
situación con la sobreexplotación de recursos renovables y no renovables. Los
recursos son finitos, pero nuestra irresponsabilidad no. Los expertos nos dicen
que, de no cambiar conceptos y actitud frente al uso y abuso de los recursos
hasta ahora disponibles, el año 2040 estaremos asistiendo al punto de no
regreso para enmendar las agresiones señaladas.
Estamos condenados
a reaccionar ya, a 15 años del punto de no regreso, para tomar las medidas
necesarias que den sustentabilidad al mosaico de culturas que sobreviven en
México. Todo ello implica detener la explotación de las zonas mineras que contaminan,
parar la implantación de empresas que por ser peligrosas para el medio ambiente
no las permiten en los países desarrollados y pretenden imponerlas en México,
como la Planta de Amoniaco en Topolobampo. Hablar de desarrollo nos lleva a
considerar que el presupuesto de la Nación de las entidades federativas debe
estar diseñado para compartir la riqueza generada año tras año. El presupuesto
adolece de un criterio federalista, pues centraliza su administración. Ese bien
público sigue siendo condescendiente con quienes concentran la riqueza, pues no
los grava adecuadamente inclinando la carga fiscal hacia los pobres y sigue
priorizando el pago de deudas ilegales, ilegítimas e inmorales como el rescate
bancario y carretero. El presupuesto debe ayudarnos a la sobrevivencia con
dignidad. Reorientemos el presupuesto. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisi n de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jes s G. Andrade #475 Desp. 8/Culiac n, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com