¡Qué
lentamente transcurre el tiempo cuando se espera!
Rosario
Castellanos
Estos 7 meses de
Ola Violenta son una eternidad. Cierto es que hay días y momentos en que los
acontecimientos y números que les dan una determinada dimensión nos hablan
quedito al oído como diciéndonos que la fase más fea de la violencia ya pasó.
Esos susurros de uno u otro amanecer en que los actos violentos menguan no
dejan de alimentar una esperanza que de tanto esperar está desguanzada. Y esas
tímidas y vacilantes expresiones de la esperanza nos hacen dibujar un horizonte
donde visualizamos una salida de esta situación difícil que nos salió al paso
un 9 de septiembre de 2024. Pero esos días y momentos que nos pintan más claro
el porvenir cercano, sin previo aviso cambian de rostro y de gestos.
Y cuando ya
empezamos a desenvolvernos con mayor confianza en nuestros quehaceres del
trabajo y de las jornadas que contemplan la vida familiar y social, no falta un
acto violento que golpea esa lastimada confianza. Y el regreso del miedo y de
la incertidumbre cobran sus temidos espacios como en los días y semanas más
violentos de la coyuntura que vivimos. Creo que entre los eventos que más dolor
nos acarrea es registrar la pérdida de vidas infantiles. ¿Por qué ellos? Nos
preguntamos. Todos lamentamos que el calificativo para esas
pérdidas se consideren como daños colaterales, como si fueran simples
objetos los que se pierden. Los niños son la parte más bella y valiosa con que
cuenta la sociedad.
No es poca cosa
contar ya a 37 niños que el conflicto armado se llevó. Esos infantes tenían
entre 2 y 17 años de edad. La violencia les negó la posibilidad de disfrutar la
vida y de formarse como mujeres y hombres de bien. ¿Cuántos de ellos hubieran
asistido a las aulas universitarias? Seguramente la ciencia médica, la
ingeniería, la docencia o la música, sería la aspiración y el brillo en sus
vidas adultas. Todo ello quedó reducido al dolor y al vacío en sus hogares
respectivos. El luto y la sentida ausencia de esos niños fue más allá de sus
familias, invadió las guarderías y aulas a donde asistían para su formación
académica; también llegó a los parques y jardines en donde tenía esparcimiento
y recreación.
Los adultos que
hemos sobrevivido y que tenemos la responsabilidad de seguir los pasos y la
senda que nuestras generaciones anteriores han transitado, no tenemos derecho a
sentarnos ni dejar que los acontecimientos sigan corriendo sin decir ni hacer
nada. Y menos cuando la violencia toca nuevos puntos geográficos para
expresarse de una y mil maneras, repitiendo los patrones ya conocidos o
aportando elementos que considerábamos propios de otros tiempos y ajenos al
comportamiento de grupos delincuenciales modernos. Pero la multiplicación de
las víctimas entre mujeres y niños nos obliga a ver toda la expresión de
violencia con otros ojos y otra consideración.
En estos días se
reportan acciones violentan que vuelven a reavivar el fenómeno del
desplazamiento interno, tanto en el sur como en el norte del estado. La sierra
de Concordia y las montañas de Choix y El Fuerte, sufren en estos momentos de
diásporas que dejan a varias comunidades como pueblos fantasmas, donde las
casas quedan en la orfandad de sus habitantes. Sólo algunas vacas desbalagadas,
perros tristes que siguen en espera del regreso de sus amos y gallinas que se
han vuelto mostrencas, son los habitan las calles y corrales en un silencio de
terror que no invita a ningún ser humano a quedarse más allá de un minuto.
¿Qué hacer como
ciudadanos ante esta coyuntura preocupante que ya consumió 7 meses de nuestras
vidas y amenaza con seguir hipotecando las siguientes semanas y meses sin
ponerle una fecha final? La primera invitación de esta realidad es a que no nos
quedemos en responsabilizar al Estado, a la autoridad, de lo que pasa y no
hagamos referencia a lo que de alguna manera nos compete en la situación que
vivimos. No hay duda que quien debe garantizar nuestra seguridad es el Estado,
las autoridades a quienes hemos dado esa grave responsabilidad. Pero una
situación que se originó hace varias décadas también reclama la desatención que
hemos tenido del problema y, en no pocos casos, ciertas complicidades
voluntarias o involuntarias.
Hace algunos meses
insistíamos en la necesidad de valorar y promover el acercamiento entre
autoridad y organismos de la sociedad, con el fin de intensificar el diálogo
como recurso privilegiado para analizar la crisis que implica la violencia y
promover propuestas de solución contra la Ola Violenta que padecemos. Se han
realizado algunas actividades que encaminan las cosas para acercar una
solución, pero son insuficientes. La confianza entre autoridades y organismos
de la sociedad civil debe retomarse. La crisis no nació el 9 de septiembre y
además ha echado raíces muy profundas, por ello obliga al ejercicio de todos y
a aplicar todas las reservas morales con que cuenta la sociedad.
Hay consignas que
nos pueden acercar a la acción concertada, como esa que ha cobrado vida en los
últimos días: Con los niños no y otras como Queremos paz. Al movilizarse la
sociedad despierta el ingenio y puede crear muchas más frases, lemas y
consignas que lleven a una movilización social masiva, contundente, y que
obligue a los grupos que ahora imponen la violencia y el caos en la economía y
en la vida social, a abandonar el grueso de las acciones violentas que hasta
ahora nos han robado 7 meses de paz y tranquilidad. Busquemos enfrentar de
manera organizada esta amenaza contra la integridad de la sociedad sinaloense.
Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisi n de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jes s G. Andrade #475 Desp. 8/Culiac n, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com