La ola de
violencia se ha prolongado por más de 80 días, pero la esperanza de paz sigue intocada
en el corazón de cada sinaloense. Las fuerzas armadas y policías locales habían
logrado liberar la zona urbana de Culiacán como campo de enfrentamientos de
bandas de delincuentes. Pero ello se logró por un breve tiempo, pues en los
últimos días el regreso de los grupos armados se volvió inevitable. Y
regresaron con nuevas modalidades en las acciones violentas. Las casas
habitación se han vuelto objetivos en el conflicto: sufren de ataques armados
directos y son pasto del fuego que se les prende. Los negocios no son la
excepción de este tipo de movimientos punitivos, pues los restaurantes también
son foco de las agresiones y alimento de las llamas.
Miembros de las
fuerzas armadas y policías han pagado una dolorosa cuota en su esfuerzo por
pacificar la ciudad de Culiacán y la entidad federativa. Nuestro reconocimiento
para quienes han perdido la vida, están lesionados y para todos los que, a
riesgo de su integridad y vidas, se empeñan a diario en cumplir con su deber.
No deseamos otra cosa que esos afanes y sacrificio arrojen la anhelada paz que
no termina por abrirse campo en nuestra lastimada sociedad.
Se ha vuelto un
tema muy comentado el de las pérdidas. Es cierto que son un referente de cómo
nos va en tiempos de crisis, pero normalmente hacemos alusión a las mermas de
carácter económico: en los negocios disminuidos o no realizados, en los empleos
y en los ingresos que se volatilizaron por el entorno violento; pero hay otras
pérdidas que deben estar presentes porque nos disminuyen como sociedad y como
personas. Aparte de homicidios, desplazados y desaparecidos, hay daños que
arroja la situación que estamos viviendo en todos los estratos sociales. No
sólo clases sociales, también la estructura que guarda el edificio social por
edades.
En general hay
daños que afectan nuestro comportamiento y actitudes ante la autoridad, ante
los vecinos, los compañeros de trabajo o estudio y ante el resto de los
ciudadanos. Ya no somos los mismos. Las circunstancias nos han vuelto más
celosos de nuestro entorno inmediato y más maliciosos respecto a los demás;
también nos manifestamos con más descreimiento respecto a la autoridad. No sé
qué tanto nos ha ayudado a madurar esta difícil situación que se manifiesta,
sin tregua, desde el día 9 de septiembre, pero de lo que muchos estamos seguros
es que este brete, que amenaza con llegar a los tres meses aporta elementos muy
importantes que permiten no sólo dimensionar la crisis que vivimos, conocer su
principales componentes y origen, ubicarlos por orden de gravedad y estar en
plena posibilidad de enfrentar la crisis de seguridad.
Hay factores
externos, que repetidamente se han mencionado, como el interés de instancias
del gobierno norteamericano de desestabilizar varias regiones de México,
incluida la autoridad federal; sin demeritar el lugar que le corresponde al
sistema bancario internacional, pues el lavado de dinero no es posible sin él y
al omnipresente complejo industrial militar del país vecino, detonador de
guerras y conflictos armados, para abrir el mercado que necesitan sus
depredadores productos. Sin guerras y sin conflictos violentos no hay venta de
armas. No hay negocio lucrativo. Y en ese actuar lo que menos puede importar es
el costo en vidas que todo ello tiene. Esos factores externos condenan a buena
parte de la sociedad mundial a una tragedia permanente. Hay no menos de 20
conflictos armados en el mundo. Sinaloa es solo uno más.
La crisis de
seguridad nos ha dejado algunas certezas que deben convertirse en las lecciones
que llevaremos como tatuajes en la piel y en la conciencia, pues de la
experiencia de estos aciagos días, amén de lo vivido en tiempos anteriores, nos
quedan muy claras las posibilidades de la autoridad para resolver de fondo una
crisis del tamaño de la presente. Es cierto que hay capacidad de fuego por
parte del Estado mexicano, también es cierto que hay organización efectiva y
que cuenta con el respaldo social, pero no ha puesto en juego el trabajo que
desde las instancias que deben promover la educación, la promoción de valores,
ofertar trabajo, deporte y cultura entre los niños y jóvenes. El Estado sólo
mueve una parte de su estructura.
Cuando las
crisis son mayores como la presente el Estado no puede resolverlas si no
hermana su trabajo al esfuerzo que la sociedad puede aportar. Si empeñando toda
la estructura gubernamental el Estado no podrá resolver la coyuntura de apuros
en que nos encontramos, menos si sólo moviliza parte de ella. Los cuatro ejes
de estrategia propuestos por la presidenta Claudia Sheinbaum, que no han sido
desplegados aún, siguen presentando limitaciones. La principal de ellas es
pensar que la sociedad no tiene recursos que aportar en la solución de este
problema que ahora nos ahoga. Y el error más grande radica es esa
consideración.
Conscientes de
que el problema de la crisis de seguridad que hoy padecemos se incubó desde
hace décadas, debemos aceptar que su solución plena no será cuestión de unas
semanas o de algunos meses, llevará su tiempo. Pero la autoridad no puede pasar
por alto la capacidad infinita que la sociedad tiene para abonar no sólo al
alto al fuego en nuestras calles, barrios y plazas públicas, sino para que el
desarrollo de las actividades económicas, políticas y sociales regresen a la
normalidad que vivíamos antes del día 9 de septiembre. El primer paso a dar es
el establecimiento de una mesa de diálogo permanente entre sociedad civil y
gobierno, promover el debate público sobre el fenómeno violento y el
establecimiento de mecanismos de control social sobre la corrupción que
permitió la situación que tanto lamentamos. Ojalá se dé un paso en serio en
este sentido. Ojalá. Vale.
Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/ Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com