La Montaña

ENTRE ADIOSES Y BRIGADAS

¿Y la historia? Está  allí, fuera. Entre la multitud.

Svetlana Alexiévich

Dos grandes activistas y mexicanos han partido para siempre: Elmer Gutiérrez Rodríguez "el Comandante" y Manuel Antonio Salazar Lazcano. Ambos llegaron a la vida política en medio de la gran ola social de 1968 y envueltos en otra gran ola de inquietudes y rupturas de este invierno 2017 (que es nuestra "primavera árabe") se van.

Las grandes batallas por una Ley orgánica democrática para la Universidad Autónoma de Sinaloa fue parte esencial de su vida estudiantil en los años siguientes. Y la participación de la federación de estudiantes universitarios en los movimientos populares sería una preocupación y agenda constante muy personales. La vida y los compromisos de militancia llevaron a Elmer a la lucha armada. Los campos hortícolas del valle de Culiacán lo vieron trotar al frente de un grupo de activistas en la madrugada del 16 de enero de 1974, el día de la huelga general de jornaleros agrícolas, el día del "Asalto al Cielo". Después cambiaría la costa sinaloense por el inclemente desierto de Chihuahua como su escenario manchego. En algún momento fue detenido y pasó más de un lustro en la cárcel de la capital chihuahuense.

Lazcano no fue a la primera línea de la Liga Comunista 23 de Septiembre como el Comandante, pero sin abandonar su vida académica, fue lo mejor de la retaguardia en solidaridad para esos activistas y luego un apoyo incondicional para las Madres con hijos desaparecidos, desde el momento más temprano en que se iniciara la lucha por la Amnistía de los presos, perseguidos, exiliados y desaparecidos por motivos políticos. "Toño Lazcano" no era hombre de discursos que estrujan el alma, pero se jugaba el pellejo en las tareas de protección a los activistas que sufrían de persecución.

En los últimos años padeció de insuficiencia renal y enfrentó un traumático transplante, que lo sacó algunos meses del trabajo de solidaridad con el pueblo cubano. En cuanto pudo regresó al Comité de solidaridad, no podía hacer otra cosa, era su verdadero motivo de vida. Hubo una cosa que ni la muerte pudo quitarle y que se llevó con orgullo a la tumba: la serenidad de su rostro y el principio de una sonrisa que siempre delató su verdadera personalidad.

Elmer se dedicó a la enseñanza en escuelas públicas en las últimas décadas. Vivió sus años de maestro en Mazatlán y habiendo destacado en las aulas, también lo vimos brillar como activista magisterial. La lucha de la CNTE fue la causa que le dio sentido a su existencia. Su genio y figura fueron una constante: la debilidad por las toronjas, la lectura compulsiva de libros, un balanceado caminar afectado por unas espaldas cargadas y un sentido de la solidaridad hasta el sacrificio. Aún se siente su cansina andadura subiendo la cuesta de la Indio de Guelatao, de su querida colonia Hidalgo en Culiacán. Elmer y Lazcano, no descansen en paz hasta que hagamos de este mundo un lugar con mayor sentido de justicia social, así como ustedes lo soñaron.

Y la III Brigada nacional de búsquedas le dice adiós a Sinaloa, luego de dos semanas de intenso trabajo junto a Voces unidas por la vida. Su estancia en nuestro estado tiene diversas lecturas que deben ser aquilatadas por las autoridades, por los familiares con desaparecidos y por la sociedad. Se realizaron búsquedas y estas dieron sus frutos, pues fueron localizados restos humanos en El Quelite y en El Potrero de Sataya. La actividad acercó a un número importante de familiares con desaparecidos que los miedos habían impedido sumarse a esta noble causa. Hay impacto positivo hacia el seno de nuestra sociedad local y hay otro a nivel nacional e internacional, porque los ojos de otras latitudes estuvieron pendientes sobre lo que pasa en Sinaloa en materia de derechos humanos, en particular sobre el tema de desaparición forzada de personas.

La presencia de la III Brigada nacional abonó en favor de un acercamiento de las nuevas autoridades del estado hacia el contenido y el tema de la desaparición forzada de personas. No han faltado los esfuerzos de decirle a la Diócesis de Culiacán que acá en Sinaloa, como en varias entidades federativas del sur, hay un movimiento de familiares con desaparecidos que reclaman el concurso de la iglesia católica en el tema. No sabemos hasta donde den frutos, pero al menos tiene un gran valor el que se hayan tocado las puertas de una institución religiosa que en otros momentos, cuando era inminente la represión al movimiento por la presentación de los desaparecidos, en lugar de mantener abiertas las puertas de Catedral para convertirla en santuario de los perseguidos, nos las cerraron.

Se habla entre los brigadistas de la posibilidad de un pronto regreso a Sinaloa, para cubrir las zonas que no se revisaron en esta ocasión. Con ese regreso o sin él, desde hoy habrá que reconocer lo positivo de la presencia de la III Brigada nacional. Nuestro agradecimiento anticipado al esfuerzo y sacrificio de dedicarnos 14 días a la búsqueda de las personas desaparecidas de Sinaloa. Y nuestro reconocimiento a las empresas, instituciones y personas que con su solidaridad hicieron posible el hospedaje, la alimentación y el transporte de los brigadistas que desplazaron desde once estados diferentes para coincidir en los trabajos de la III Brigada nacional de búsquedas. Hay mucho trabajo por delante, pero la presencia de la brigada es la mejor invitación para no desmayar en la difícil y noble labor de búsqueda de los desaparecidos. Vale.

Profr. Oscar Loza Ochoa
Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa/Jesús G. Andrade #475 Desp. 8/Culiacán, Sin./CP 80000/
Tel. (667) 712.56.80/oscar.lozao@gmail.com