La Montaña

LAS QUINTAS, 20 AÑOS DESPUÉS

Por el ojo de la llave no vas a ver nada en el cuarto a oscuras.

¡Tira la puerta!

Jaime Sabines

Veinte años después, los padres de Juan Emerio, Abraham y Jorge tienen una cita con la historia. No estarán presentes Juan Emerio Hernández Beltrán ni Jorge Cabada Orduño, porque ya fallecieron. Pero los sobrevivientes allí estarán este 30 de junio frente al número 10  de la Avenida Eldorado, en la colonia Las Quintas. Qué decirles como sociedad en el recuento obligado a Rosa María Argüelles, Norma Picos, Luz María y a Abraham, ¿qué la esperanza es un rayo de luz que se extingue veinte años después? No. No tenemos derecho a decirles eso, tampoco de que nos gana ese vacío que se llama olvido.

Estamos obligados a sentarnos a su lado y decirles muy de cerca que su dolor es el nuestro, que en estos veinte años caminamos las mismas leguas que ellos de una oficina a otra, de una marcha a otra, de un plantón a otro; en este XX aniversario tenemos que prestarles nuestro hombro para que lloren las mismas lágrimas del primer momento, aquellas que no se explicaban la infamia de la desaparición de sus hijos. De seguro lloraremos juntos, ¿quién lo duda?, y de ese torrente de lágrimas saldrá la energía que alimente otros veinte años de lucha por la presentación de todos los desaparecidos.

También hablaremos de que en estos veinte años, la impunidad ha sido la comadrona de las injusticias sin fin en el renglón de desapariciones forzadas y que durante los cuatro sexenios transcurridos ha sentado sus reales en las instituciones de gobierno. De acuerdo a las posibilidades de aquellos años entre los ciudadanos de a pie y los poderosos, la gran fuerza social desplegada pudo despeinar y desnudar a los responsables y cómplices del delito de desaparición forzada, pero no les pegó en la chapa del alma. No pudo cambiar su residencia a la sindicatura de Aguaruto (la cárcel).

Cómo callar en el plantón de las familias de Las Quintas toda la podredumbre que su movimiento descubrió en los entresijos del poder. Atrás de la desaparición de Juan Emerio, Abraham y Jorge, el alarde, la exhibición desmedida del poder de la familia Andrade, al amparo de los negocios con la élite política. Todo concretaba un hecho que ofende profundamente al pueblo de Sinaloa: el derecho a picaporte en la oficina del gobernador. Allí comenzaba y concluía un ominoso proceso que tomó cuerpo de impunidad.

Recordemos en este XX aniversario que hasta la carrera política le costó al licenciado José Luis Zavala Beltrán, primer fiscal del caso Las Quintas. En los últimos años había crecido en la Secretaría de la Reforma Agraria y luego como Subprocurador de Justicia. Ocupando esta oficina fue nombrado fiscal especial. Convencido de su misión se fue a fondo en la investigación. Sabía a lo que se enfrentaba y sintió muy cerca las presiones del poder, incluidas las llamadas de atención de su jefe inmediato. Pese a todo siguió adelante.

Un día, el Procurador le ordenó llevarle el tercer tomo del abultado expediente de Las Quintas, cuyo contenido desconocía y seguramente desde la oficina del Gobernador Renato Vega, le requerían dicha información. Zavala no se lo envío y el Procurador Amado Zambada se lo exigió por escrito, pidiendo le explicara las razones de la negativa. Y por escrito le dio las razones: porque no le tenía confianza. Sin precedentes en la historia jurídica nuestra, que el Subprocurador le manifieste a su jefe desconfianza y que por ello no atienda una orden superior.

Poco después, mientras desarrollábamos un mitin por la calle Rosales frente a la Procuraduría, salió Zavala del viejo edificio de La Tercena muy enojado. Qué le pasa licenciado, le preguntamos. “Ya me voy de este edificio corrupto”, nos dijo. El “edificio es histórico, no tiene culpa de lo que pasa adentro”, le replicamos. Y abrazando un grueso manojo de expedientes, continuó su camino calle abajo sentenciando: “también es corrupto”. Así se cerraba la vida pública de un funcionario honesto y una etapa muy importante en la investigación del caso Las Quintas.

Veinte años después, los sobrevivientes de las familias del caso Las Quintas y de los activistas, estamos en plantón con las mismas banderas y exigencias del 30 de junio de 1996, que son ahora tan vigentes como entonces: presentación con vida de los desaparecidos, alto a las desaparición forzada de personas, castigo a los responsables y reparación del daño a las víctimas. Como la impunidad devora toda posibilidad de castigo a los responsables y la autoridad niega hasta la parte más elemental de la reparación del daño, como lo es la reivindicación del buen nombre de los desaparecidos, el pueblo sinaloense debe seguir terco en la exigencia de justicia plena para los desaparecidos, mientras manifiesta su condena moral sobre los hechos, los responsables y la autoridad omisa. Vale.

Profr. Oscar Loza Ochoa
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