LOS DESPLAZADOS
POR LA VIOLENCIA
Para mi hijo
Erick Daniel,
medalla de oro
Olimpiada Nacional de Química 2012.
Son los desplazados una tragedia
nacional que se ha pretendido ocultar. El gobierno evade tratar el tema, los
medios sólo tocan tangencialmente el asunto, las cámaras del Congreso sólo en
ocasiones se acuerdan de este sufrido sector social y para los partidos parece
resultar un problema sin rentabilidad política.
Y como toda tragedia ésta tampoco marcha
sola: hay cientos de miles de historias que lastiman la conciencia nacional,
once estados del país con profundas heridas abiertas y una creciente desesperación
entre los desplazados sin recursos, pues
dentro o fuera de México la mayoría no tiene empleo, casa y muchos ni a quién
recurrir en busca de apoyo.
Después de algunos acontecimientos que
dejaron dolorosas huellas en El Pozo, Zazalpa, El Huejote, Tecomate, San Cayetano, Puerta de San Marcos y en
muchísimas comunidades más, familias de esas poblaciones iniciaron una
lastimosa marcha hacia algún lugar en México o al extranjero.
Culiacán, Mazatlán y Los Mochis son
destino (también partida) de muchas familias a quienes la violencia obliga a
abandonar tierra, casa y patrimonio. He tenido oportunidad de platicar con
algunos ciudadanos desplazados. El desánimo es casi tan grande como el
desamparo que han encontrado de parte de los gobiernos federal y estatal.
Interesarse en el problema es encontrar
los comportamientos más absurdos ante el fenómeno de desplazados. La
violencia deja ya más de 50 mil muertos,
más de cinco mil desaparecidos y, afirman algunos organismos, 250 mil y otros
hasta 750 mil personas desplazadas.
La ONU y el Comité Internacional de la
Cruz Roja han planteado reiteradamente a México que se ponga atención especial
en el tema, que esas instituciones están preparadas para brindar ayuda
humanitaria en el momento que lo solicite nuestro gobierno y que se tomen
medidas para que cese la violencia. El gobierno mexicano sigue sin escuchar.
El fenómeno ha sido monitoreado a nivel
internacional por el Internal Displacement
Monitoring Centre y el Norwegian
Refugee Center y por Human Right Watch, sin que conmuevan la insensibilidad del Estado
mexicano. Incluso el senado de la república resolvió el 25 de agosto del año
pasado solicitar al presidente Felipe Calderón la elaboración de un
diagnóstico, recomendando que se establecieran criterios únicos entre el
gobierno federal, los de los estados y la sociedad civil, con el fin de hacer
creíble dicho diagnóstico. No hay respuesta a la petición y el presidente ya
prepara maletas para irse de Los Pinos.
A pesar de la ausencia de estudios y de
las evasivas (además de escasas) estadísticas, los interesados en el tema
buscamos ubicar los puntos centrales del problema. La sociedad debe saber que Chihuahua,
Coahuila, Tamaulipas, Nuevo León, Sinaloa, Durango, Michoacán, Oaxaca, Distrito
Federal, Veracrúz y Chiapas, son las entidades
principales con población desplazada; debe reconocerse que el desplazamiento
por razones de la violencia imperante ocupa en las encuestas el tercer lugar,
con un 17% de la población que ha cambiado de lugar de residencia.
Ni el gobierno, ni los académicos, ni el
resto de los mortales debemos ignorar que en Sinaloa hay varios municipios
donde el problema se ha vuelto mayúsculo, entre ellos, Choix,
Sinaloa municipio, Guasave, Badiraguato, Angostura, Navolato, Culiacán, San Ignacio, Mazatlán, Rosario y Escuinapa.
¿Qué acontecimientos deben suceder para
empezar a actuar? ¿Qué la violencia se prolongue y profundice como en Colombia?
No estaría mal que volteáramos a vernos en ese espejo. Los expertos señalan que
allá los desplazados alcanzan una cifra de 4.5 millones de personas. Aquí los
más pesimistas como la empresa Parametría hablan ya
de 1.6 millones de desplazados. Deseamos creer que no es tan alta la cifra en
México, pero estamos convencidos que tampoco habrá que esperar a que llegue a
esos niveles para hacer algo. Usted, ¿qué opina?