CON PERDON DE
LOS QUE SABEN
La
vida debe ser algo más que la guerra
y
la capacidad de desmoralizar al enemigo.
W. Michael Gear y Kathleen O’Neal Gear
Hay políticas públicas que debieran
causar más preocupación que un terremoto, pero sólo incomodan a especialistas.
Me preocupa sobremanera que se hagan anuncios por la autoridad que afectarán
gravemente la vida pública y no se consulte
la opinión de la sociedad.
El gobierno del estado ha informado que
buscará pertrechar a las policías locales con fusiles Barrett
y otras armas poderosas, para no estar en desventaja con el crimen organizado.
¿Se pretende entrar a una espiral armamentista? Los asegunes de una medida como
esta ya fueron manejados hasta la saciedad en las últimas décadas del siglo
pasado. Se hizo considerando las posibilidades de las potencias mundiales y las
de gobiernos y grupos de poder fácticos. Las conclusiones y la experiencia nunca
han señalado que con ello le vaya mejor a la causa de la paz y a la sociedad.
Si en el mercado hay todo tipo de armas
para la guerra, la única limitante es el dinero disponible de los interesados.
Y la autoridad ha reconocido que ese no es el problema de los delincuentes.
Como las consecuencias de incrementar la capacidad de matar personas no es
cualquier cosa, al menos debe escucharse la opinión de especialistas y de los
que no lo son.
Pero los desatinos nunca se presentan
solos. Después se informa que se solicitará la autorización de la Secretaría de
la Defensa Nacional para que las armas decomisadas pasen a manos de nuestras
policías locales. Hay dos cosas que me inquietan: esas armas tienen procedencia
ilícita y no pocas de ellas han sido utilizadas en homicidios, ¿cómo se hará
para descontaminar su pasado y para transparentar su uso futuro?
La otra inquietud es que los tipos de
armas y calibres decomisados no son únicos y son diferentes a las oficiales.
¿Cómo se distribuirán entre nuestras fuerzas policiales? No quiero imaginar a
un grupo de policías en los momentos de enfrentamiento con armas y parque
diferente. Si se le acaba el parque a un elemento queda fuera de combate,
porque las municiones de sus compañeros le serán tan inútiles como las que
recibió el general Pedro María Anaya en la Batalla de Churubusco el 20 de
agosto de 1847.
Comento estas cosas porque a pesar de
los saldos que arroja la guerra contra el narcotráfico, la
autoridad se niega a ver otras soluciones al problema. Y en tanto nos
desgastamos en este círculo vicioso otros graves asuntos avanzan sin que veamos
preocupada verdaderamente a la autoridad. Me refiero al desempleo y al problema
de los desplazados de la violencia, por mencionar sólo dos.
¿Se nos ha olvidado que la vida es un
generoso mosaico de posibilidades al menos para una parte de la sociedad? Y que
la democracia es el terreno más fértil para que esas posibilidades incluyan a
los excluidos.
Pueden decirme que no soy especialista
en temas de seguridad y estarán en lo cierto. Pero lo que no podrán negar es
que tan graves son los resultados de las políticas públicas de seguridad, que
lo peor sería esperar al pago de cuotas en sangre mayores, para plantear la
medida más elementar en un país democrático: abrir al debate, a la consulta
pública el tema de la violencia y de la delincuencia.
El único riesgo que podemos correr es
que intelectuales como Luis Astorga, Edgardo Buscaglia,
Lorenzo Meyer, Carlos Fazio o José Reveles, nos
ayuden a entender cabalmente los problemas centrales del país, y que la
sociedad se incorpore plenamente para encontrarles solución. Vale.